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Distintos estilos convergen en un rito de paso hacia la adultez

En el año en que cumplió 18 y alcanzó la mayoría de edad, Luis Miguel presentó Busca una Mujer, su sexto álbum de estudio. Este es, pues, un proyecto bisagra en la discografía del mexicano, la transición entre la adolescencia y la adultez de un artista que desde muy joven había sido figura pública. Con todos los focos sobre él, en este disco dejó atrás el pelo largo que lo había caracterizado en su primera etapa (pensemos en el video de “Ahora Te Puedes Marchar”, de su proyecto anterior) para adoptar un aspecto más maduro, con el pelo más corto. Este rito de paso simbólico quedó escenificado al inicio del icónico video de “La Incondicional”, uno de los grandes éxitos de este álbum y de toda su carrera, que dominó los televisores latinos durante ese año y los que vinieron.

En 1988, cuando fue publicado Busca una Mujer, el pop en español era un territorio diverso, atravesado por los sintetizadores y las baterías que definieron la década, el rock que se extendía desde Argentina hasta España, y las baladas. Junto con Juan Carlos Calderón, el productor español que dirigió este disco así como Soy Como Quiero Ser, Luis Miguel navegó el panorama con destreza mientras definía sus intenciones musicales luego de los cortes más joviales con los que empezó en su debut de 1982. Grabado en Ibiza, Busca una Mujer es una ventana a este proceso creativo en toda su diversidad: tenemos el yacht rock de la canción que le da el título al disco, la fuerza sentimental de “Fría Como el Viento” y la energía contundente de “Separados” como posibles caminos y como colores en su amplia paleta.

Hoy sabemos que en los 90 Luis Miguel se inclinaría por la balada romántica y el bolero, pero la belleza de Busca una Mujer está en su horizonte abierto y todas las posibilidades que ofrecían la época y su propia carrera. Es fascinante poder mirar por esta ventana y no sólo verlo responder a estas preguntas, sino que las respuestas sean canciones que marcaron su época. Finalmente, como queda plasmado en “Por Favor, Señora” y “Soy un Perdedor”, Luis Miguel presenta esa virtud que, además de la belleza de su voz o su arrolladora presencia escénica, estuvo ahí desde temprano para elevar su estrella: fundir la vulnerabilidad, la travesura, la queja y la añoranza del amor, equilibrar eso que todos sentimos y reflejárnoslo de vuelta cuando acudimos a su música.

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